Los “perros hambrientos recuerdos” del Julio
Lecturas, adelantos, intertextos y comentarios en torno a El hombre que amaba a Amy Winehouse.
Martín Zelaya Sánchez
Julio Barriga debe ser el viejo más joven que conozco. Como
bien lo cuenta Fernando Barrientos en el prólogo de El hombre que amaba a Amy Winehouse (El Cuervo, 2014), vive hace
años sin luz eléctrica, desconectado del mundo, pero a la vez -como los
antiguos monjes anacoretas que copiaban libros en los monasterios- está más
cultivado y enterado que nadie.
¿Cómo es posible que un casi sesentón que no tiene radio, TV
ni computadora esté más al día que la mayoría en cuanto a lecturas y música?
Este libro de memorias –que no autobiografía- lo pinta de
cuerpo entero, desde el mozalbete rural hasta el rudo y curtido viejo sabiondo,
bohemio incurable y estupendo poeta; un perfecto “hippie jubilado”.
Hace siete años, en una entrevista regada de cervezas en la
plaza Abaroa de La Paz, me dijo: “la poesía es cuestión de silencios y soledad
(…) yo soy un escritor que no escribe y un vividor que no vive. Un día me di
cuenta de algo muy curioso, el tamaño de lo que escribo se adapta a la forma y
extensión del papel que encuentro para escribir”.
Así, casi despreocupado, como quien se ceba un mate, recoge
algunos tostados sueltos del bolsillo para masticar su ayuno casi perenne y
autoimpuesto, el chapaco escribe –como quien no quiere- algunos de los versos
más poderosos de la poesía boliviana actual:
“… especialista en
decirlo todo / en menos de 30 segundos / temo ser únicamente / el resultado de
un desequilibrio / momento cuando destilo / miel o hiel de mi persona…”. (Cuaderno
de sombra. El cuervo, 2008)
Vate rematado, Julio –cuenta Barrientos, su editor- se animó
a publicar este libro de crónicas porque, como dice, “quiere demostrar que un
poeta no es solo un imbécil que no sabe expresarse en prosa”.
Ya en serio, El hombre
que amaba a Amy Winehouse es una suerte de bitácora de un largo y
accidentado viaje que, aunque todos creen que está por terminar, siempre sorprende
con una curva por delante.
“Creo que nunca
tenemos cabal conciencia de la muerte –escribe- pues eso nos impediría dar un paso más. En tiempos finales y por un
mecanismo, este saber ya no nos parecerá tan terrible sino natural, necesario
y, quien sabe, deseable. También albergo la tenue ilusión de un lugar del
universo en que todo lo que existió alguna vez, existe para siempre”.
La mayoría de los pasajes parecen escritos mitad en broma,
mitad en serio, lo que no impide notar absoluta sinceridad y desgarradoras verdades:
“Mi abuela que me crió
y me quiere como a un hijo, me ha confiado en un aparte: ‘a veces se me junta
en el pecho todo el dolor de mi vida y casi no puedo soportarlo’. Al solo
imaginarlo me he conmovido dolorosamente y desee no vivir muchos años”.
En cuanto al estilo, se aprecia una impronta del lenguaje “culto
antiguo” que lejos de quitarle ritmo y verosimilitud, equilibra bien con la
frescura, ironía y desfachatez de las anécdotas e historias inherentes al
singular bagaje de Barriga.
Expliquémonos. Bien dicen que Tarija es la Andalucía
boliviana, y bien dicen que conserva esta región costumbres, pero sobre todo el
habla de la colonia. En este libro no hallarán ni un solo arcaísmo, ni una
oración o párrafo con lenguaje trasnochado o forzadamente decimonónico, pero sí
una agradable cadencia que recuerda a la mejor prosa de inicios del siglo
pasado (aunque a veces esta tónica se hace algo repetitiva, hay que decirlo):
“En mi dorada infancia
rural del entonces candoroso pueblito de Méndez, por mi calidad de hijo de
maestros fui invitado a mucquear a
una de las comunidades vecinas…”.
Texto de amor para Amy
Winehouse (además todas mis cantantes), un erudito artículo sobre las damas
de la canción (rock-blues-soul-pop) remata este libro de 164 páginas. A modo de
ensayo y confidencia de un melómano y erudito, es un texto único en su género,
tan así que es el único componente de la quinta parte del libro.
La primera parte, la más emotiva y biográfica, es, a modo de
un diario de vida retrasado, un compilado de memorias de infancia: vida
familiar pobre pero feliz. No faltan los guiños a las experiencias entre
sobrenaturales y oníricas que todos tenemos (o creemos recordar) de los
primeros años.
“Un tiempo prodigioso
y eterno fundamental en mi existencia se inauguró –dice al contar cómo
aprendió a leer. No recuerdo cómo esos
signos similares a insectos cobraron vida y el gallo entonó kikirikí… el perro
ladró gau, gau, gauuu… la vaca hizo muuuuuuu (…) Ahí empieza una carrera
deasaforada, una causa eterna contra la realidad tal cual es… y no cesa hasta
ahora. Leía hasta los papeles del suelo…”.
La segunda parte es una cartografía de cantinas, tertulias,
resacas y otras experiencias espirituosas, extrañamente cortada por tres textos
de corte ensayístico e introspectivos: Fiesta solitaria, Mucho rocanrol con la
misma camisa y Vida / obra:
En un texto de homenaje al popular Picasso (o Piscazo) –para
quienes no saben, Julio vivió varios años en La Paz en los 80-, sostiene: “ahora empezaba a ser el inolvidable de la
semana y a su imagen única irrecuperable se superpondrían los errores de la
historia y las mentiras de las más crueles formas de la piedad y el olvido y un
fantasma exhalado de su ausencia vendría en su nombre cuando lo convoquen
nuestros, cada vez más, perros hambrientos recuerdos”.
En la tercera parte se reúnen crónicas de viajes y anecdotarios
de encuentros poéticos, con un tono más periodístico que el resto del libro; y
la cuarta parte además de volver a algunos relatos de infancia, pero ya desde
la perspectiva lejana de la adultez, se remata con un bello texto, quizás el
más logrado, llamado Amigos y abismos:
“Pienso, seguro por
haberlo leído por ahí, que paradójicamente nadie es más dueño de su existencia
que aquél que la arriesga continuamente. Solo serían verdaderas vidas aquellas
que están regaladas a la muerte”.
En aquella entrevista de junio de 2008, días antes de la
presentación de Cuaderno de sombra,
Barriga reflexionó en vos alta: “Ando caminando y hueveando por ahí. Soy un flaneur… ando mucho en bicicleta, y
últimamente privilegio bastante el silencio, aunque he sabido ser un rockero de
primera. Por lo demás, parece que si no hay muchos momentos de júbilo, o si no
duran mucho, tengo que acumular estos minutos para mis horas de desasosiego”.
No hay, creo, mejor forma que con estas palabras de resumir de qué va y cuál es
el quid de este libro.