El Zorro Antonio sale de su madriguera, 20 años después
Esta noche en La Paz se presenta un nuevo número –el primero desde 1994- de la tradicional revista de la Carrera de Literatura de la UMSA.
Martín Zelaya Sánchez
Si se pone “zorro Antonio” en Google, de inmediato salen información
y fotos de la saga de películas protagonizada por Antonio Banderas. Qué mal.
Pero con un poco de paciencia -qué bien- se pueden hallar
también algunas referencias a la tradición oral boliviana del Zorro Antonio, el
Atoj Antoño, un ser mitad hombre, mitad animal; mitad real, mitad
sobrenatural, presente en decenas de cuentos y leyendas.
La rica tradición oral boliviana está llena de aparecidos, y
la no tan rica tradición escrita -en específico la de revistas y publicaciones
literarias- está llena de desapariciones… y a veces también, por suerte,
reapariciones. Este es el caso de El
Zorro Antonio, revista de la Carrera de Literatura de la UMSA que en su
nueva época -la cuarta- vuelve a circulación con su número 11.
J.M. van Kessel escribe:
“Los cuentos del zorro
Antonio han sido, durante milenios, enseñanza y tradición en las comunidades
andinas. El zorro es un personaje que opera entre cielo y tierra, entre padre y
ego. En la comunidad andina, en sus orígenes una comunidad ágrafa, este
personaje obscuro juega un papel de alta importancia. Podemos decir que el
andino, sea pastor, sea agricultor, recibe y comunica fundamentalmente su
cosmovisión, sus conocimientos del medio ambiente natural, su tecnología y su
sabiduría mediante el recurso del arte narrativo”.
He ahí la clave: transmitir conocimientos, compartir
sabiduría a través del arte de la narración. Quizás de esta manera se explique
el nombre y fundamento de esta reconocida aunque tristemente esporádica publicación
que -no obstante- vuelve ahora con más bríos y esperanzas de continuidad.
La revista, bellamente diseñada y diagramada, acaba de salir
de imprenta y será presentada esta noche, a las 19:00 en la Casa Marcelo
Quiroga Santa Cruz, apenas ingresando al barrio de Sopocachi. Antes del vino de
honor, hablarán algunos de los miembros del consejo editorial compuesto por
Mónica Velásquez, Virginia Ruiz, Omar Rocha, y Ana Rebeca Prada, quienes
seguramente recordarán a los muchos que los antecedieron, como Iván Vargas,
Jimy Iturri y Juan Carlos Ramiro Quiroga, entre otros.
La oferta
Un extenso y afortunado tributo a Jesús Urzagasti abre la
publicación diseñada en tamaño carta y papel ahuesado. Artículos, ensayos, poemas
y evocaciones de Ana Rebeca Prada, Sulma Montero, Juan Pablo Piñeiro, Claudio
Cinti y Alberto Villalpando, entre otros copan más de un tercio de las 82
páginas. Destacan además en esta sección una reseña de Julio de la Vega a En el país del silencio, recuperada a
casi 30 años de haberse publicado en la revista Khana, y un ensayo inédito de
Blanca Wiethüchter sobre De la ventana al
parque.
Pero no se puede pasar por alto un emotivo texto inédito del
maestro chaqueño, Visita intempestiva:
“El hombre estaba
soñando, por eso mucho de los que escuchó se esfumó cuando retornó a la
vigilia, salvo la figura de un caminante y el acento de su voz. Le dijo como al
desgaire:
-Mientras menos
tengas, más estarás dando a tu prójimo. Solo así podrás tener. ¿Paradoja?
Paradoja o parábola, escúchala: si tu prójimo no tiene nada, tú de veras no
tendrás nada. Nadie tendrá nada y el mundo se habrá empobrecido.
Para unos es fácil
acumular fortunas, para otros es difícil escapar de la pobreza. En ambos casos,
el sufrimiento es un visitante muy asiduo”.
Pasando a otros textos, Gilmar Gonzales rescata uno muy interesante
aparecido en el semanario Bandera Roja, de 1926, en el que Abraham Valdez
escribe, en un artículo titulado “La crítica en la literatura moderna”:
“La literatura ha
experimentado la conmoción desgajadora de nuestro tiempo. Al igual que el
antidogmatismo científico y el revolucionarismo político, la estética y con
ella el arte, pasó el periodo crítico de la estruendosa ruptura con el pasado.
Ingresa al campo abierto de la acción subversiva”.
Luego, Marcia Mogro analiza el universo artístico de Sol
Mateo, y escribe: “La foto es el
instrumento de registro a partir del cual observa el mundo, elaborando y
desarrollando su obsesión, su proyecto poético, como un trabajo constante y
consciente, no capricho del momento, no interés en imposiciones ni concesiones
de ninguna especie”.
Más adelante, se da paso a la ficción y la poesía, con
trabajos de Jaime Taborga, Rubén Vargas, Eugenia Brito y Cé Mendizábal; luego
viene la sección de crítica con un interesante ida-y-vuelta entre Juan Carlos
Orihuela y Monserrat Fernández, y antes del cierre con una decena de breves
reseñas de las más recientes publicaciones del medio, hay campo para la
traducción -Las versiones de Roland
Barthes, a cargo de Marcelo Villena- y un entretenido diálogo entre
Mauricio Souza y Juan Cristóbal MacLean.
“¿Cuál es la relación
entre la experiencia -el lugar- y la escritura poética o, siendo consecuentes,
de las condiciones de posibilidad de enunciación del mismo lugar? ¿Qué dan
ellas a lugar? ¿Me preexiste el lugar y yo soy solo su efectuación o el lugar
es, más bien, un latido acorde con mi sangre?”, se interroga MacLean
respecto a la construcción de uno de sus poemas.
Esta es, grosso modo,
la estructura básica de este renacido Zorro Antonio. Se puede ver que a lo
largo del tiempo, con pausas, cambios y relanzamientos, se mantiene la esencia
en el estilo de la propuesta, lo que se comprueba en tres características
infaltables desde los primeros números: un dossier
de homenaje a un literato, un artista plástico o gráfico invitado a ilustrar
todo el número (en este caso Rebeca Anais Paz), y una entrevista a profundidad
a un escritor o literato que en este número la hace Mauricio Souza, encargado
también de la misma labor en la mayoría de los números anteriores.
Historia y destino
En el texto de presentación titulado “El retorno del Zorro”,
que no lleva firma, los editores sostienen: “claramente, el primer Zorro
Antonio -el de los años 80 y 90- tuvo tres momentos. El primero (1984): el de
los números iniciales, en formato de periódico y fuertemente dirigido a lo
popular, lo oral, lo visual. El segundo (1986-1989): el de los números tres a
seis, que adquirieron el formato más pequeño de la revista y le bajaron un
tanto el ímpetu popular, oral y visual sin necesariamente excluirlo, poniendo
el énfasis en la letra y la crítica. Y el tercero (1991, 1993, 1994): el de los
números siete a diez, en formato de revista de artes y literatura, con publicidad
e intento de rigurosa continuidad”.
“Intento de rigurosa continuidad…”, escriben los editores;
caro y casi siempre inalcanzable anhelo de los soñadores emprendedores de
revistas literarias en el país.
Rodolfo Ortiz, director de La Mariposa Mundial -que por cierto, con más de 15 años y casi dos
docenas de números es uno de los más sostenidos proyectos de este tipo-, me comentó
hace años en una larga charla dedicada exclusivamente a las revistas literarias
(Fondo Negro, La Prensa, 25-6- 2006): “No hay revistas eternas; toda revista
literaria lleva en su ser su propia muerte… y es que pocas pueden sostenerse
económicamente para seguir viviendo, pues en verdad son un afán quijotesco… a
veces sacas algo y ya sabes que está a punto de morir”.
No será -sabemos- el caso de El Zorro Antonio que, nació en 1984, llegó a 1994 para hacer una
larga pausa, y resurge en este 2014 (4-4-4, por si interesa a algún cabulero)
con intenciones de quedarse.
Una tradición
De todas maneras, Ortiz también da pie al optimismo sobre estos
audaces proyectos: “En Bolivia hay una muy buena tradición de revistas, surgen
en diversos momentos históricos, crean espacios de convergencias y placeres,
pues toda revista tiene su particularidad, el gusto con el que está pensada”.
En las páginas de LetraSiete, escribe quincenalmente Omar
Rocha -uno de los encargados de la edición de El Zorro Antonio- la columna Cafetín con Gramófono, dedicada
precisamente a evocar y reseñar revistas y suplementos literarios bolivianos de
fines del siglo XIX y la primera parte del siglo XX.
En la primera entrega de esta serie, Rocha reflexiona:
“Durante finales del
siglo XIX y principios del siglo XX, las revistas literarias fueron el medio
por el que circularon las más importantes ofrendas literarias, románticas,
modernistas y pre vanguardistas que produjeron los bolivianos”.
“La mayoría de los
escritores que tuvo alguna obra importante fue parte de una revista o publicó
algún folletín. Estas hojas viejas nos dan a conocer textos inéditos, nos dan
pautas de los inicios, las preocupaciones, las ideas estéticas y políticas, los
debates, etc., de escritores como Ricardo Jaimes Freyre, Manuel José Tovar,
Ricardo Bustamante, Josefa Mujía y Carlos Medinaceli, por citar solamente unos
cuantos”.
“Las páginas volantes
y revistas son un material valioso, no sólo en términos históricos, sino
estéticos y literarios; algunas tuvieron una larga vida, otras murieron en su
primer número, sin embargo, el impulso se mantiene y pervive hasta nuestros
días, cuando somos testigos de la aparición de revistas y “pasquines” virtuales
a los que vale la pena prestarles atención”.
Volviendo al porqué del nombre, El zorro Antonio, sabemos que los editores fundadores de la revista
quisieron hacerle honor a la tradición andina a la que se refiere Kessel. Pero
hay algo más, también inherente a las cosmovisiones originarias: y es que todo
lo relacionado a este mito converge en un solo macro concepto interpretable de
diferentes maneras: comunicación, transmisión, emisión-difusión,
percepción-retroalimentación. ¿Acaso no es esta la razón de ser de una revista
literaria?
Escribe Manuel Vargas en su novela Música de zorros:
“Don Zorro, ¿de ande
es usted?, ¿de cómo llegó al pueblo?, ¿es cierto que tuvo mujer y tuvo vacas
sin contar…? A tanta insistencia, y si estaba tranquilo y bien comido se tapaba
las canillas y con los restos de su poncho, se aclaraba la voz, la modulaba que
era un contento y comenzaba: “en tiempos de la peste allá en Pueblo
Encantado...”. Todo les hacía creer a los muchachos. ¿Cómo mismo llegó al Sur y
después al pueblo?, ¿quiénes eran sus padres? Rastreando, curioseando, llegó se
llegó a saber más y más. ¿O todo cuando hablaba no eran más que sus puritas, y
él mismo se inventó su vida?
“Creemos -auguran y prometen los editores de este Zorro
renacido- que es posible continuar la aventura, con la certeza de que ya no
podemos seguir postergando la reaparición de un medio que exprese la
importancia y pertinencia del trabajo que realizamos en nuestras aulas, en
nuestras reuniones de investigación, en el silencio de los procesos de
creación, en la diversidad de nuestras miradas críticas…”.
Que así sea y enhorabuena.